Ruptura de pareja: el duelo por la pérdida del amor
EL PROCESO DE DUELO TRAS UNA RUPTURA DE PAREJA
«Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido…» Decía Pablo Neruda
Superar una ruptura de pareja y aceptar que ya no nos quieren es muy difícil, y más cuando nosotros todavía nos sentimos enamorados de esa persona. El duelo, como su nombre indica, es el dolor emocional que nos ahoga cuando nos abandonan y pasa por varios momentos clave.
“Ya no te quiero”, “he conocido a otra persona”, “esto ya no funciona”. Muchas personas, cuando escuchan estas palabras, se resisten a creerlas, su corazón no quiere aceptar lo que su mente ya sabe; si te ha sucedido, no te preocupes, las emociones pueden nublar la razón de cualquiera en algún momento. El problema es que, por mucho que deseemos recuperar a la persona amada, ya no nos quiere en su vida. No podemos obligar a nadie a que nos quiera del mismo modo que nadie puede obligarnos a quererle. Acepta y deja marchar. Tu vida no acaba aquí, créeme.
¿Por qué duele tanto una ruptura de pareja?
El amor es una de las emociones más fuertes que se pueden experimentar, un sentimiento para el que estamos preparados desde el primer día de vida. Nada más nacer, nos apegamos a quien nos cuida y nos da afecto; crecemos en torno al amor de nuestros padres, hermanos, abuelos y demás personas significativas y, así, de la mano de quienes nos rodean, vamos aprendiendo a querer y a dejarnos querer; de este modo, durante la infancia, nacen las semillas que muchos años después darán sus frutos en nuestras futuras relaciones; sobretodo en las de pareja.
El amor es un sentimiento compartido, que va de dentro a fuera y viceversa. A lo largo de nuestra vida iremos estableciendo vínculos con otras personas (familiares, amigos, pareja…); algunas de esas personas pasarán por nuestra vida sin pena ni gloria, pero otras dejarán huella. Dicen que las personas no cambian, pero cada relación significativa que tengamos podría transformarnos; una relación nos sube al cielo o nos hace descender a los infiernos. Puede sanar viejas heridas y sacar lo mejor de nosotros; o puede tornarse destructiva y, en lugar de huellas, dejará cicatrices.
Al enamorarnos no sólo damos, sino que permitimos que esa persona también deje algo en nosotros. Hay quien dice sentir un desgarro del alma cuando alguien amado se va. La metáfora tiene mucho sentido porque cuando perdemos a un ser querido, algo se rompe por dentro. No sólo hemos perdido a la persona amada, también perdemos esa parte de nosotros mismos que nació de la relación. Si nuestro mundo interior es fuerte y sano, la sensación de vacío será difícil, pero tolerable; si esa persona venía suplir carencias, teníamos un ego inmaduro o algún tipo de dependencia, el vacío se volverá intolerable.
Lo que es seguro es que una separación provoca un fuerte impacto emocional y tendrá que pasar algún tiempo hasta que nos repongamos; el duelo no sólo implica superar el dolor y aprender a vivir sin esa persona, implica también una reconstrucción de nuestro mundo interno. Para ello, podemos atravesar varias fases:
- Desesperación y desconexión: cuando nos están dejando, podemos atravesar varios estados emocionales. A ratos nos vemos desbordados por emociones desagradables y pensamientos desoladores. Esos momentos son acompañados de otros en los que parecemos estar anestesiados, como si desconectásemos de la realidad, y actuamos como si nada hubiera pasado. No estamos locos, es que nuestra mente cuenta con mecanismos de defensa destinados a momentos como este, para amortiguar el golpe. En este primer momento, debes encontrar un equilibrio entre la desesperación y la desconexión. Las personas con apego evitativo desconectarán con demasiada facilidad y las ansiosas no lo conseguirán y podrían sufrir secuelas similares al estrés postraumático.
- Negación y evitación: durante los días siguientes a la ruptura de pareja, toca aterrizar en la realidad. Afrontar nuestros primeros pasos por la vida sin esa persona a nuestro lado pone en marcha la clásica negación. No aceptamos que la relación ha terminado y mantenemos viva la esperanza de recuperar a la persona amada. No te sientas mal por haber intentado recuperarla, pero tampoco sigas insistiendo durante demasiado tiempo como si tu vida careciera de valor. De verdad, no, significa no. Además, durante esta fase, las personas pueden evitar a toda costa conectar con sus emociones negativas. Algunos podrían sustituir rápidamente a la persona perdida para llenar su vacío interno o manifestar un nivel de actividad frenético para evitar la soledad y la reflexión. Debemos ir reduciendo las estrategias de negación para pasar a la siguiente fase, o podríamos quedarnos atascados en esta etapa, evitando a toda costa el contacto con la realidad.
- Ira y ansiedad: estas emociones llegan cuando caes en la cuenta de lo sucedido y empiezas a buscar explicaciones y culpables, tanto en ti como en tu pareja. De repente, la relación ya no era perfecta y esa persona ya no merece nuestro amor. O nosotros somos los únicos culpables y nos machacamos por lo sucedido. Comienzas a experimentar fuertes sentimientos de rencor pero, contradictoriamente, deseas mantener el contacto. Aparecen las llamadas o los mensajes llenos de rabia. Pero esa actitud no sirve de nada; de hecho, es bastante desaconsejable. No te encierres en tu rabia, pues el odio es una de las emociones más tóxicas que puede experimentar el ser humano. Las personas con escasa empatía y capacidad reflexiva son las que más dificultad tendrán para gestionar estas emociones.
- Aceptación y tristeza: y por fin, aceptas lo que ha sucedido y comienzas a conectar con tu tristeza. Este es el momento más duro de cualquier duelo. Es la etapa de los recuerdos. La rabia deja paso al perdón y aceptamos que, si no pudo ser, fue por algo. Rebajas el nivel de actividad, comienzas a centrarte en ti mismo, hay mucho por reconstruir. Pero ojo. Si permanecemos demasiado tiempo en esta fase podemos desarrollar un duelo crónico que derive en algún tipo de depresión. Las personas con dependencia emocional suelen quedarse estancadas en esta fase. Otro grupo de riesgo son las personas que tuvieron relaciones excesivamente conflictivas y que no pueden sanar las heridas ni soltar a la otra persona perdonándola.
- Superación: y un día te despiertas y ya no piensas en esa persona que te dejó. Todo comienza a ordenarse, recuperamos la alegría y la ilusión. Comenzamos a disfrutar de nuevas o antiguas actividades que nos gustaban, de nuestra independencia y tiempo libre. Se abre un nuevo camino y lo miras lleno de esperanza y confianza.
A lo largo de todas las etapas que hemos comentado, va a haber unos protagonistas indispensables, las personas que nos han acompañado en cada uno de los momentos, que nos han animado, aconsejado y apoyado. Amigos y familiares, los que siempre están ahí pase lo que pase.
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