Canalizar el enfado ¿Controlas la ira o te controla ella a ti?

¿CONTROLAS TU ENFADO O TE MANEJA ÉL A TI? 

¿POR QUÉ ALGUNAS PERSONAS PARECEN CONSTANTEMENTE ENFADADAS?

enfado

La ira es una emoción que a varía en intensidad desde la irritación leve hasta la furia desbocada.  Como otras emociones, está  acompañada de cambios fisiológicos y biológicos; cuando una persona se enfada, su ritmo cardíaco y presión arterial aumentan, al igual que los niveles de adrenalina y noradrenalina, activadores del Sistema Nervioso.

 

El enfado es una emoción que moviliza gran cantidad de energía. Pero, ¿para qué? El enfado cumple una función evidente: te activa para ayudarte a salir de una situación que tu cerebro interpreta como peligrosa o amenazante; te ayuda a defenderte de situaciones injustas. En términos biológicos, el enfado o ira sería una respuesta de lucha, en contraposición a la de huída (Goleman, 1996). Pero si se convierte en una respuesta habitual de nuestro repertorio, adquiere un carácter muy negativo porque, ¿quién quiere estar enfadado todo el día?

 

Además, cuando la ira nos desborda, puede comprometer seriamente nuestra capacidad de razonamiento, provocando lo que se denomina un “secuestro emocional”. Nuestro cerebro reacciona minimizando su parte más racional y dando rienda suelta a la emocional, algo típico en las respuestas biológicas encaminadas a la supervivencia de la especie, como la ansiedad (Goleman, 1996).

Por ello, razonar con una persona en pleno enfado es tan difícil; sus pensamientos tendrán un alcance a corto plazo, tendrá limitaciones para calibrar las consecuencias de sus actos y sus sentimientos girarán en torno a la venganza y el desagravio. El caso es que si no sofocamos esta potente emoción, el enfado puede convertirse en rabia, cólera o furia y acabar en un estallido de violencia que cause daño a quienes se encuentran alrededor.

 

 

Qué factores alimentan el enfado:

 

En general, se debe a una mala gestión de las emociones. Si de niño no se tuvo oportunidad de aprender a manejar las emociones, es normal crecer con ciertas carencias para ello. Esto sucede, por ejemplo, en entornos familiares en los que los progenitores no controlan sus enfados, o en los que se consiente todo al niño; crecerán con serias dificultades para tolerar la frustración y sin estrategias para regular la rabia que les produce. Recuerda, “los niños aprenden a calmarse tratándose del mismo modo en que los demás les han tratado a ellos” (Goleman, 1996). Pero veamos como se traduce esto de adultos:

 

  • El enfado es una de las emociones negativas más atrayentes que existen, pues te da energía. Si te encuentras desde hace tiempo con un estado de ánimo bajo, puedes encontrar en el enfado una estrategia bastante disfuncional para activarte.

 

 

  • En relación con lo anterior, muchas veces el enfado “gana la batalla” porque nos permite descargar nuestro malestar sobre otro. Esto produce alivio y evita la adquisición de responsabilidades.

 

 

  • La ira es una emoción pasajera, pero si no la canalizamos correctamente (por ejemplo, reprimiéndola), nos puede inducir un estado de ánimo irritable y confuso. De repente nos enfadamos por todo, todo nos molesta y nos convertimos en una bomba de relojería a punto de estallar a la más mínima señal. Todo por no haber gestionado en su momento aquel enfado inicial.

 

 

  • Ansiedad e ira suelen estar relacionadas. La descarga biológica del estrés y la ansiedad es similar a la del enfado, por lo que una puede llevar a la otra con mucha facilidad. Si te encuentras sometido a una situación de estrés continuada, es probable que tengas más estallidos de ira.

 

 

  • Cuando volvemos sobre aquello que causó nuestro enfado una y otra vez en nuestra mente, rumiándolo, lo alimentamos con nuestros propios pensamientos de odio y de venganza. El enfado se mantiene activo por mucho tiempo debido al monólogo interior que lo justifica. Una cadena de pensamientos que cada vez encuentra más razones para seguir enfadados, lo que viene siendo, echar leña al fuego (Goleman, 1996)

 

 

  • Cuando interpretamos toda dificultad o frustración como un agravio hacia nuestra persona y nos tomamos todo como “algo personal”, es posible que encontremos múltiples razones para ofendernos. Este tipo de enfados hunde sus raíces en una baja autoestima y en antiguas heridas narcisistas que nunca llegaron a cerrar.

 

 

 

Cómo sofocar nuestro enfado (Goleman, 1996):

 

  • Ser consciente: Primero, reconoce que te has enfadado. En el momento en que somos conscientes de la cadena de pensamientos incendiarios y de cómo desencadenan emociones en nosotros, adquirimos control sobre ello. No se trata de rumiarlo, sino de aceptarlo. Lo que tiene nombre, se vuelve manejable.

 

 

  • Enfriamiento: como hemos comentado, el enfado es una emoción pasajera. Si nos damos un tiempo, irá perdiendo fuerza. No debemos reprimir el enfado, pero tampoco darle rienda suelta y dejar que se apodere de nosotros. Una herramienta eficaz es encontrar un modo de desengancharnos del enfado y distraernos. El enfriamiento no funciona si te retiras a rumiar la cadena de pensamientos.

 

 

  • Plantéate otros puntos de vista: utiliza tu empatía. Piensa en las razones que tiene esa persona para haber reaccionado como lo ha hecho. No se trata de justificar al otro, sino de ser capaces de contemplar otros razonamientos distintos a los que activan nuestra ira.

 

 

Así pues, si algo te enfada, analízalo, no lo reprimas, date un tiempo para la reflexión y trata de ampliar tu perspectiva. Si te calmas, la parte racional de tu cerebro volverá a activarse, y encontrarás una manera más asertiva y eficaz de expresar tu descontento y resolver el problema.

 


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abril 11, 2015

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