¡Siento, luego existo! La necesidad de conectar con nuestras emociones
CONECTAR CON NUESTRAS EMOCIONES ES UNA NECESIDAD, NO UN LUJO
¿Qué siento en este momento? Saber responder a esta pregunta es la clave para poder leer en nuestra brújula emocional. Y es que todas las emociones tienen un potencial adaptativo innato: nos permiten conectar con nuestros verdaderos deseos y necesidades, los que cada uno guardamos en nuestro interior.
Las emociones no aparecen por casualidad, sino que emergen de nuestro interior con un fin. Están conectadas con nuestras necesidades esenciales, son una expresión de lo que realmente somos. Cuando las emociones hablan, todo nuestro ser habla.
Nuestras emociones son parte de nuestra inteligencia, una inteligencia basada en la creatividad, la espontaneidad y la intuición. Es la voz de las emociones, y no la de la lógica, la que nos impulsa a avanzar o a detenernos, a recordar u olvidar, a persistir o a rendirnos. Son ellas las que han de guiarnos por esos caminos.
En la medida en que nos acostumbremos a conectar con nuestras emociones, podremos conectar con nuestro ser más profundo, más instintivo, más auténtico. Por ello, ser conscientes de nuestras emociones es esencial para el autoconocimiento y el crecimiento personal.
El problema es que no estamos acostumbrados a conectar con nuestras emociones y, sin conocimiento, pueden ser como caballos desbocados. Al no afrontarlas, vamos dejando asuntos pendientes, problemas sin resolver; y surgen los conflictos emocionales. Y es que lo que sentimos no puede desconectarse, no va a desaparecer así como así. Reprimir emociones nos ancla en el pasado y no nos permite vivir nuestro presente en plenitud. Y un día te das cuenta de que algo no anda bien. Tú no estás bien.
Con esto no quiero decir que debamos dejar que los caballos desbocados se tiren por el precipicio. Si sentimos rabia, la solución no es descargarla contra alguien, sino aceptar, escuchar y, si es necesario, expresar la necesidad que nos ha comunicado. El gran problema es que nos vamos a los extremos: o reprimimos las emociones o nos dejamos arrastrar por ellas. Debemos cambiar esta forma de ver la vida. Los extremos nunca son buenos
¿Qué es una emoción?
Las emociones son impulsos que nos llevan a una acción; son energía, un motor que nos pone en movimiento; es por ello que se encuentran en la base de capacidades tan importantes como la motivación y la fuerza de voluntad.
La parte emocional de nuestro cerebro está compuesta por una serie de estructuras nerviosas conocidas como sistema límbico; estas estructuras son más rápidas que las alojadas en la parte del cerebro más racional; actúan antes porque están diseñadas para la supervivencia de la especie, imagina si son importantes.
Una emoción es una descarga rápida, apenas dura unos minutos; pero predispone a un estado de ánimo que perdura algo más (a veces, demasiado). Es lo que conocemos como sentimiento. Así, aunque no podemos elegir la emoción, sí podemos gestionar es nuestra reacción a esa emoción, así como el estado de ánimo que nos deje.
“Una madre vio a su hijo llorando mientras leía un libro. Se acercó a él y le dijo: pero hijo, no llores, si lo que viene ahí no es real. A lo que el niño respondió: pero mamá, lo que yo siento sí es real”
Cuando una emoción es negada, prohibida o ignorada en la familia, acaba siendo sustituida por otra que sí es aceptada o, al menos, reconocida. Y así es como empezamos a sepultar nuestros verdaderos sentimientos bajo otros más aceptables.
Cada sistema familiar tiene sus propias dinámicas internas y tolera mejor unas emociones que otras. Ser conscientes de cómo funciona nuestro sistema, es muy importante para comprender cómo nos relacionamos con cada una de nuestras emociones, nuestros sentimientos, nuestros estados de ánimo.
Cuando las emociones de un niño son constantemente ninguneadas, acaba aprendiendo a ningunearlas. Es así de sencillo. Por ello debemos ser más tolerantes con los sentimientos de aquellos que nos rodean, del mismo modo que lo somos con los propios.
Leslie Greenberg hizo una fantástica clasificación de las emociones, en función del valor que aportan a nuestra vida:
- Emociones primarias adaptativas: son las que conectan directamente con nuestras necesidades. Son las más viscerales y responden a una situación actual determinada; llegan y se van con rapidez. Por ejemplo, echo de menos a un ser querido, y siento una punzada de tristeza, hacen daño a un ser querido y me enfado..
- Emociones primarias desadaptativas: aunque surgen ante una situación actual, responden a algo pasado; si te paras a pensarlo, son emociones que te han acompañado durante toda tu vida, huelen a viejo. Hemos aprendido, de algún modo, a sentirlas. Tardan demasiado tiempo en irse y son difíciles de afrontar. Al no gestionarse, se convierten en cargas emocionales. Por ejemplo, una persona que sufrió acoso escolar puede sentir la misma sensación de vergüenza y ansiedad cuando tiene que exponer en público; también lo es una tristeza que se ha convertido en depresión por no afrontarse adecuadamente.
- Emociones secundarias: surgen para esconder a otras que no son aceptadas, para ocultar lo que realmente sientes. Son las que se aprenden cuando, en el seno familiar, se reprime la expresión de determinados sentimientos. Por ejemplo, una persona que ha sido educada en la premisa “llorar es de débiles”, utilizará la rabia el enfado para tapar su tristeza. Estas emociones son realmente negativas, ya que vienen a sepultar nuestras verdaderas necesidades.
- Emociones instrumentales: son aquellas que se expresan para manipular al otro. La persona ha aprendido a utilizar las emociones para un fin externo. Por ejemplo, llorar para conseguir amabilidad, o enfadarse para controlar. A veces es algo totalmente consciente y deliberado; pero en ocasiones, se hace de manera inconsciente; en ambos casos, estas emociones intoxican nuestras relaciones.
Es por ello que debemos comenzar a comunicarnos de una manera natural con nuestros sentimientos. El primer paso será identificar qué es lo que estamos sintiendo. El siguiente, aceptarlo. El tercero, sentirlo y escuchar lo que nos está pidiendo. Y el último paso, soltarlo.
Debemos aprender a soltar las emociones, tanto como a conectar con ellas.
Un contexto social que considera las emociones como una debilidad, en lugar de reconocer todo su potencial está creando seres humanos deficitarios. Bajo la premisa “Pienso, luego existo”, se ha ido restando importancia a las emociones. Se niegan, se reprimen y eso, lejos de ayudar, crea graves problemas emocionales. Las emociones son parte de nosotros, una parte innata, instintiva e inseparable de nuestro ser. Si negamos una emoción, nos estamos negando a nosotros mismos.
Por eso yo digo: ¡siento, luego existo!
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