Las emociones escondidas

Las emociones escondidas son aquellas que tapamos, ocultamos o incluso reprimimos, para evitar el dolor. Pero evitar sentir lo que tenemos que sentir nunca podrá ser una estrategia adecuada y, a la larga, sólo provocará más sufrimiento.

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“Había una vez… un estanque maravilloso. Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente…

Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron la tristeza y la furia a bañarse en mutua compañía. Las dos se quitaron sus vestimentas y, desnudas, entraron al estanque.

La furia, que tenía prisa (como siempre le ocurre a la furia), urgida -sin saber por qué- se baño rápidamente y más rápidamente aún, salió del agua…

Pero la furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró…

Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza…Y así vestida de tristeza, la furia se fue.

Muy calmada y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque.

En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba. Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia.

Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo para mirar bien, encontramos que esta furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad… está escondida la tristeza.”

(«Cuentos para pensar” de Jorge Bucay)

Y así es. Muchas veces, detrás de la rabia y el malhumor, existen otras emociones escondidas, como el miedo, la preocupación, la tristeza, la decepción o la incertidumbre. Uno de los disfraces preferidos de las emociones es la ira pero, ¿por qué se esconden tras ella?

 

El enfado es, biológicamente hablando, una de las emociones negativas más atrayentes que existen, pues te empodera y te da energía, frente a otras emociones que pueden debilitarte (Goleman, 1996). Por tanto, el enfado actúa frecuentemente como una emoción secundaria. Las emociones secundarias surgen para esconder a otras que no aceptamos; su función es ocultar lo que realmente sientes, reprimirlo. Estas emociones son aprendidas durante nuestra infancia y adolescencia, cuando las normas familiares instan a la represión de determinados sentimientos (Greenberg, 2000). Por ejemplo, aquel niño al que se le dice “llorar es de débiles, los hombres no lloran”, aprenderá a utilizar la rabia en sustitución de su tristeza, reaccionando con ira cada vez que algo le haga daño o le decepcione. A un niño al que se le prohíbe el enfado, podría aprender a disfrazarlo de nerviosismo o de tristeza, siendo, en última instancia, incapaz de defender sus derechos cuando estos son vulnerados.

 

La tristeza escondida:

Cómo decíamos antes, el enfado es una de las emociones negativas que más energía te pueden dar. Si te encuentras desde hace tiempo con un estado de ánimo bajo, puedes encontrar en el enfado una estrategia para activarte y tapar esa tristeza que no puedes gestionar. El enfado va a ganar la batalla a la tristeza porque te hace descargar tu malestar sobre otra persona y te alivia momentáneamente de tu dolor interno. Lo malo es que, además de hacer daño a otros, evita que tomes responsabilidades sobre lo que te sucede. Es un arma defensiva bastante inadecuada, pero en la que mucha gente cae; por ejemplo, en los procesos de duelo ante la pérdida de un ser querido, es habitual entrar en un fase de enfado e ira que defiende del dolor.

La tristeza también suele disfrazarse de ansiedad y nerviosismo. Algo anda mal por dentro y, al no enfrentarlo, surge la ansiedad como señal para activarte, para que hagas algo. Te insta a que te ocupes, de una vez, de la tristeza y la depresión que empiezan a dominarte.

 

 

La ansiedad escondida:

Ansiedad e ira suelen ir de la mano. La descarga biológica del estrés es bastante similar a la del enfado, por lo que una puede llevar a la otra con bastante facilidad. Cuando alguien se encuentra en una situación de estrés continuado, podría tener numerosos estallidos de ira como forma de expulsar su tensión.

 

La ansiedad y el miedo también son bastante similares. Si bien la ira es la respuesta de lucha, el miedo sería la respuesta de huida. Cuando una situación desborda nuestros recursos y no sabemos afrontarla, la ansiedad no es suficiente y podemos entrar en estado de pánico. Cuando interpretamos que estamos en peligro y que no podemos defendernos, la ansiedad toma la forma del miedo, en un intento de salvarnos. Pero acaba resultando perjudicial y doloroso. Los que sufran de ansiedad y ataques de pánico lo saben bien.

 

 

La depresión sonriente:

No todas las personas deprimidas exteriorizan su dolor. Muchas logran ser funcionales, siguen con su vida como pueden, manteniendo siempre una sonrisa en su rostro; una sonrisa que esconde una infinita tristeza. Esa tristeza escondida les va consumiendo por dentro, hasta que un día comienzan a parecer síntomas como irritabilidad, ansiedad, falta de concentración, adicciones o explosiones de llanto y de dolor emocional. Es la tristeza intentando salir a la luz, pues no hay emoción que pueda reprimirse para siempre.

 

Esconderte tras una máscara no va a hacer que tus problemas se solucionen ni que tus emociones vayan a desaparecer. Tratar de cambiar una emoción por otra, porque no nos gusta sentir lo que esa emoción conlleva, sólo va a evitar que sanemos. Enfadados con el mundo no vamos a curar nuestro dolor emocional; llenos de resentimiento y frustración no vamos a salir adelante. Es más, probablemente lo empeoraremos, alejando a las personas que podrían a ayudarnos, sumiéndonos en un pozo de soledad cada vez más profundo.

 

No escondas tus emociones a tu propia conciencia, aprende a ser consciente de cada una de ellas; aunque duela, a la larga, siempre va a ser mejor.


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