Bullying: consecuencias para el acosador y los observadores
El bullying o acoso escolar es un fenómeno social, y debe ser entendido como tal
Antes de comenzar, y como ya comentábamos en el artículo sobre las consecuencias del acoso para la víctima, las peleas, los insultos ocasionales y los conflictos no son acoso. El bullying es una forma de maltrato continuado y deliberado que se manifiesta en agresiones verbales y físicas, así como en situaciones de rechazo y exclusión de un estudiante o grupo de estudiantes hacia un compañero, que se convierten la víctima habitual. Ahora toca ver qué consecuencias tiene esto sobre los agresores y los observadores.
Ante un caso de acoso escolar, lo primero que uno puede preguntarse es, ¿por qué ha sucedido esto? ¿Quién tiene la culpa? Lo que está claro es que el acoso escolar no ocurre nunca en un vacío social. Por el contrario, no puede entenderse el acoso escolar fuera del medio en el que sucede, pues cada caso podría responder a situaciones y experiencias que nada tengan que ver.
En Finlandia han puesto en marcha un programa innovador contra el bullying, (Programa KIVA), cuyo éxito ya es conocido en todo el mundo. Este programa se sustenta sobre un grueso de investigaciones, de las cuales sacaron una conclusión clara: la clave en la lucha contra el acoso está en los alumnos espectadores, en los participantes indirectos de estas situaciones.
El acosador o acosadores: ¿Qué lleva a un niño a acosar a otro?
En este terreno existen varias visiones del problema. Algunas personas defienden que el niño que acosa es un niño inseguro, que ha sido maltratado física o verbalmente en casa, o al que se disciplina mediante bofetones u otras malas prácticas educativas; este niño podría proyectar su rol de víctima sobre otros niños, en un intento de protegerse de su propio dolor emocional.
Hay quienes dicen que un niño o adolescente puede involucrarse en una conducta de acoso en un intento inadecuado de reforzar su propio status u obtener poder dentro del grupo; no se trataría de una forma de protegerse, como en el caso anterior, sino más bien una mala gestión emocional y de cierta falta de empatía (Investigaciones KIVA).
En muchas otras ocasiones, los acosadores son niños totalmente normales, capaces de demostrar empatía, educación y respeto en un gran número de situaciones sociales, pero que se ceban con algún miembro del grupo debido a factores relacionados con el entorno, por que cause diversión o como modo de llamar la atención (Investigaciones KIVA).
Varios estudios confirman que los adolescentes que ejercen conductas de acoso muestran un bajo nivel de inteligencia emocional, de empatía, de autocontrol, de responsabilidad y de habilidades sociales en general; sin embargo, el nivel de autoestima parece no ser un factor influyente (Garaigordobil y Oñederra, 2010)
En mi opinión, cualquiera de estas explicaciones no tiene porqué excluir a las demás. No podemos negar que existen niños que se convierten en acosadores tras haber sufrido abusos en su propia casa. Pero la experiencia nos enseña que, en la mayoría de las ocasiones, esto no es así. Por lo general, lo que sucede es que el niño malinterpreta una situación en la que otros niños ríen, o tiene algún fallo en los procesos de empatía.
Consecuencias para el acosador:
El acoso escolar supone un riesgo para el desarrollo socioafectivo tanto de la víctima como del acosador. Si un niño de 8 años recibe atención positiva de sus iguales al humillar o golpear a otro niño, podría aprender que esa es una buena manera de obtener atención y poder dentro del grupo. Si se permite que persista en esas conductas, podría desarrollar problemas en sus relaciones interpersonales, conductas violentas y alteraciones emocionales.
Al desarrollar una visión positiva de su comportamiento, un niño o adolescente, podría aprender que humillar y golpear a otros es aceptable, incluso divertido. Se convierte en víctima de su propio rol dentro del grupo, un rol que irá interiorizando si no se pone remedio, hasta que pase a formar parte de su personalidad.
Podría hacer del acoso una pauta, una manera de obtener poder y respeto, no desarrollando otras habilidades sociales más adecuadas, como la asertividad, la empatía y demás conductas prosociales.
Los observadores: El acosador no suele actuar a escondidas
Según las investigaciones del programa KIVA, parece que el acoso podría responder a ciertas normas implícitas del grupo, que ignora, acepta e incluso, en algunos casos fomenta el bullying.
El acosador no suele actuar a escondidas; casi siempre hay algún testigo, en ocasiones, la mayoría de los estudiantes son conscientes de lo que está sucediendo. Por desgracia, muchos de ellos colaboran con el acosador, bien contribuyendo con otras conductas de acoso, o bien riendo sus actuaciones, contribuyendo así a fomentar la visión de que el acoso es algo positivo. Otros estudiantes lo ignoran, pasan de largo sin hacer nada, dando así su aprobación de manera silenciosa.
Unos pocos, se ponen de lado del acosado. Tratan de detener esa situación. No cabe duda de que si se fomenta la colaboración de los estudiantes, si el acoso se convierte en algo que es visto como negativo por el grupo, probablemente los casos de acoso se reducirían considerablemente.
Consecuencias para los observadores:
Están poco estudiadas, pero se sabe que los espectadores del acoso podrían desarrollar algún tipo de insensibilidad ante la injusticia y el sufrimiento ajeno, o aprender que la agresividad y la intimidación son inevitables, que forman parte de la normalidad en las relaciones.
El acoso es un fenómeno social, y por ello debe tratarse como tal. Si nos centramos en el trabajo exclusivo con la víctima y el agresor, los culpabilizamos e incluso estigmatizamos, liberando de responsabilidad al resto de alumnos que, de hecho, son los que mayor poder tienen en el mantenimiento y erradicación del acoso escolar.
Las consecuencias a largo plazo para estos niños y adolescentes, así como para la sociedad en general son claras: el pensamiento de “yo no puedo hacer nada” para evitar las injusticias, que fomenta una visión cínica, sesgada e insensible hacia el dolor humano.
Garaigordobil, M. y Oñederra, J.A. (2010). Inteligencia emocional en las víctimas de acoso escolar y en los agresores. European Journal of Education and Psychology 3 (2).
Programa KIVa contra el acoso escolar. Se puede consultar en: http://www.kivaprogram.net/media
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