Familia y resiliencia: qué caracteriza a una familia resiliente

FAMILIA Y RESILIENCIA:

¿QUÉ DIFERENCIA A UNA FAMILIA RESILIENTE DE UNA NO RESILIENTE?

¿QUÉ HACER ANTE LAS DIFICULTADES O TRAUMAS DE UN HIJO?

family - resiliencia

 

La resiliencia es el proceso por el cual las personas se adaptan de forma positiva a una situación adversa; esta capacidad hunde sus raíces en las relaciones afectivas que desarrollamos durante nuestra infancia con nuestros padres y demás personas significativas. Durante los primeros años de vida construimos los cimientos de nuestra personalidad, de nuestra manera de relacionarnos y de gestionar nuestras emociones. Y, por supuesto, comenzamos a desarrollar los recursos necesarios para afrontar las dificultades que la vida pueda traernos. Por ello, familia y resiliencia siempre van a ir de la mano (aunque la posibilidad de desarrollar resiliencia queda abierta durante toda la vida).

 

El primer factor de resiliencia de una familia que sufre es, sin lugar a dudas, la motivación para el cambio y la ayuda mutua. Con motivación, la posibilidad de mejora siempre es posible. Hay familias que, a pesar de encontrarse en las situaciones más adversas, pueden poner en marcha procesos resilientes. Otras familias, aun contando con recursos, no son capaces de afrontar las dificultades. Cuando unos padres acuden a terapia con su hijo, lo primero que les explico es que todos debemos trabajar; lamentablemente, aun existen personas que sólo desean depositar a su hijo en el despacho de un psicólogo para que arregle lo que se ha roto. En estas circunstancias, la capacidad de resiliencia de la familia se ve bastante reducida.

 

Otro aspecto que no podemos ignorar es el tipo de trauma; los procesos de resiliencia que se ponen en marcha ante el maltrato o abuso continuado de un niño (es decir, ante un trauma interpersonal grave) no son los mismos que se desencadenan ante, por ejemplo, la muerte de un progenitor o la vivencia de una catástrofe natural.

 

Para los niños que no sufren trauma interpersonal temprano, el principal motor de resiliencia va a ser la relación afectiva con sus padres y el sentido de seguridad y confianza básica que de esta relación se deriva; el vínculo seguro y el afecto familiar son esenciales para cerrar heridas.

 

Sin embargo, como afirma Ciccheti (2010), para los niños que sufren maltrato o abuso, los principales indicadores de resiliencia son la flexibilidad mental, la capacidad para reflexionar sobre las emociones (propias y ajenas) y tener una imagen positiva de sí mismos. El autor afirma que el apego en estas circunstancias será inseguro, por lo que se convierte en un factor de riesgo más; esto no significa que estos niños no puedan beneficiarse de una relación segura con otros adultos (padres de acogida, otros familiares, psicólogos…), al menos hasta que los padres adquieran unas competencias parentales mínimas como para asegurar la seguridad de sus hijos. Y ahí hablaríamos de una reparación del vínculo.

 

La resiliencia es un compendio de procesos, cada persona va a desarrollar su “capacidad de resiliencia personal” según las circunstancias que le haya tocado vivir.  Como ya he dicho, hasta en los casos más graves, las posibilidades de resiliencia son posibles, lo cual explica porqué muchos niños maltratados no se convierten en maltratadores, sino que sanan sus heridas y abren un nuevo camino en su vida.

 

 

Factores de resiliencia en la familia:

 Hablamos de factores que ponen en marcha la resiliencia en familias sanas que se enfrentan a una catástrofe natural, un divorcio, la muerte de un progenitor; a niños que llegan a familias de acogida tras haber sufrido malos tratos o incluso en familias que, tras algún tipo de negligencia, desean restaurar los vínculos:

 

  • Creación de un ambiente seguro y protector: el ambiente familiar debe ser estable, sensible y seguro; qué puede ser mejor que demostrar el amor con palabras y actos (Walsh, 2003). Sólo en este ambiente, el niño podrá atreverse a explorar la mente del otro, a pensar en lo que el otro piensa o siente sin sentirse amenazado, desarrollando así su capacidad reflexiva; podrá expresar sus emociones sin miedo y, de una forma natural, aprender a gestionarlas. Sobra decir que no debe existir ningún tipo de maltrato, abuso o negligencia.

 

  • Estructura familiar: varios autores afirman que en momentos de crisis, los padres deben mostrar una autoridad firme, con normas y límites muy claros; este estilo se caracteriza por un alto control, con un alto componente de calidez, de diálogo, de negociación y, sobre todo, de sensibilidad hacia las necesidades y cambios del niño (Walsh, 2003; O’Dougherty et al., 2013).

 

  • Flexibilidad familiar y capacidad e adaptarse a las novedades: no confundamos autoridad con rigidez o autoritarismo (Walsh, 2003, Twemlow et al. (2005).

 

  • Implicación de los padres en la educación de sus hijos: esto ayuda al niño a sentirse más competente, uno de los procesos centrales que señalaba Ciccheti (2010); además permite la comunicación abierta con otra de las principales fuentes de resiliencia en los niños: la escuela (O’Dougherty et al., 2013)

 

  • Procesos de comunicación: los mensajes claros y sin ambigüedades o mentiras; por ejemplo, si ha fallecido un familiar, hay que explicar que no va a volver (Walsh, 2003).

 

  • Expresión emocional: permitir la expresión emocional del niño, por fuerte o desagradable que pueda parecernos, es necesario.

 

  • Narrativas familiares: crear un sistema de creencias compartido en el que dar sentido a la experiencia traumática, ayuda a poner en marcha uno de los procesos centrales de resiliencia, el significado que damos a lo que nos sucede (Walsh, 2003).

 

 

Barudy y Dantagnan (2005) nos hablan de la parentalidad resiliente como aquella capacidad de los padres de proporcionar una protección y apoyo afectivo a los hijos y a la vez transmitirles una visión realista del mundo como un lugar en el que puede haber adversidades, pero en el que también hay oportunidades. Un mundo en el que no están solos, sino en el que cuentan con su apoyo.

 

Aunque de todos los subsistemas familiares, el parental es sin duda el más importante a la hora de fomentar la resiliencia, eso no significa que otros no puedan promover un efecto positivo y protector. En el caso de que ambos progenitores fallen en su función afectiva, la presencia de de otra figura significativa en la familia extensa, como un abuelo o un tío, podría devolver un sentido de confianza en el mundo y en sí mismos (Cyrulnik, 2001).

 

Especial importancia cobran los hermanos, pues permiten un mejor desarrollo de las habilidades sociales en el trato con iguales. Stein et al. (2000), afirman que un hermano mayor puede promover la resiliencia si proporciona cuidados y apoyo afectivo y ayuda al pequeño a integrar una narrativa coherente sobre su infancia (por ejemplo, recordar aspectos olvidados y validar sus sentimientos). Bowes et al. (2010) encontraron que las relaciones afectuosas con los hermanos podían amortiguar las consecuencias del acoso escolar, pues suponían una fuente de apoyo en el propio entorno hostil; podemos hipotetizar que si el entorno hostil es el hogar, este proceso también actuará como amortiguador en este contexto.

 

Todos los factores que hemos señalado hasta aquí ponen de manifiesto la importancia de haber eliminado la situación crítica; partimos de esa base, pues estos factores aplicados a contextos patológicos podrían adquirir en carácter de factores de riesgo. Por ejemplo, promover un sistema de creencias compartido en una familia en la que persisten los abusos sexuales, puede resultar realmente perjudicial.

 

 


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Bibliografía:

Barudy, J y Dantagnan, M (2005). Los buenos tratos en la infancia: Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa

Cicchetti, D. (2010). Resilience under conditions of extreme stress: a multilevel perspective. World Psychiatry, 9, 145-154.

Cyrulnik, B. (2001). Los patitos feos. La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida (10ª ed.). Barcelona: Gedisa

O’Doughety, M., Masten, A.S., Narayan, A.J. (2013). Resilience processes in development: Four waves of research on positive adaptation in the context of adversity. En Goldstein, S., y Brooks, R.B. (Eds.). Handbook of Resilience in Children. doi: 10.1007/978-1-4614-3661-4_2

Stein, H., Fonagy, P., Ferguson, K.S., y Wisman, M. (2000). Lives Through Time: An Idiographic approach to the study of resilience. Bulletin of the Menninger Clinic, 64, 281-30

Twemlow, S.W., Fonagy, P., y Sacco, F.C. (2005). A developmental approach to mentalizing communities: I. A model for social change. Bulletin of the Menninger Clinic, 69 (4), 265-280.

Walsh, F. (2003). Family Resilience: A framework for clinical practice. Family Process, 42 (1), 1-18. doi: 10.1111/j.1545-5300.2003.00001.x

septiembre 1, 2015

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